Las
causas del invierno demográfico
Mensaje de SS Benedicto
XVI
A la Academia
Pontificia de las Ciencias Sociales
27 de abril de
2006
A
la profesora Mary
Ann Glendon,
presidenta
de la Academia
Pontificia de las Ciencias Sociales
Al
celebrarse la duodécima sesión plenaria de la Academia Pontificia de
las Ciencias Sociales, le hago llegar mi saludo a usted y a todos los miembros,
y les garantizo mis oraciones para que la investigación y la discusión de este
encuentro anual no sólo contribuya al avance del conocimiento en vuestros
respectivos campos, sino que también ayude a la Iglesia en su misión de
testimoniar un auténtico humanismo, arraigado en la verdad y guiado por la luz
del Evangelio.
Vuestra
sesión está dedicada al actual tema: «¿Juventud que desaparece? Solidaridad con
los niños y los jóvenes en una época turbulenta». Algunos indicadores
demográficos han mostrado claramente la urgente necesidad de una reflexión
crítica en este área. Mientras las estadísticas del crecimiento demográfico
quedan abiertas a diferentes interpretaciones, generalmente se concuerda en que
estamos asistiendo a nivel planetario, y particularmente en los países
desarrollados, a dos tendencias significativas e interrelacionadas: por un lado,
un aumento de la esperanza de vida y, por otro, una disminución de los índices
de natalidad. Ante el envejecimiento de la sociedad, muchas naciones o grupos de
naciones carecen de un número suficiente de jóvenes para renovar sus
poblaciones.
Esta
situación es el resultado de múltiples y complejas causas --a menudo de carácter
económico, social y cultural--, que os habéis propuesto estudiar. Pero puede
verse que sus razones últimas son morales y espirituales; están relacionadas con
una preocupante pérdida de fe, de esperanza y de amor. Traer niños al mundo
exige que el «eros» centrado en uno mismo se llene con un «ágape» creativo,
arraigado en la generosidad y caracterizado por la confianza y la esperanza en
el futuro. Por su naturaleza, el amor tiende a la eternidad (Cf. «Deus Caritas
Est», 6). Quizá la falta de un amor creativo y abierto a la esperanza es el
motivo por el que muchas parejas no se casan, o explica porqué fracasan tantos
matrimonios y porqué los índices de natalidad han disminuido
notablemente.
Con
frecuencia los niños y jóvenes son los primeros en experimentar las
consecuencias de este eclipse del amor y de la esperanza. Con frecuencia, en
vez de sentir cariño y amor, son simplemente tolerados. En una «época de
turbulencia», con frecuencia no encuentran guías morales adecuados en el mundo
de los adultos, en detrimento serio de su desarrollo intelectual y espiritual.
Muchos niños crecen ahora en una sociedad que se olvida de Dios y de la dignidad
innata de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios. En un mundo
caracterizado por acelerados procesos de globalización, están expuestos
únicamente a una visión materialista del universo, de la vida y de la
realización humana.
Y, sin
embargo, los niños y los jóvenes son por naturaleza receptivos, generosos,
idealistas y abiertos a lo trascendente. Ante todo necesitan estar rodeados de
amor y crecer en una sana ecología humana, en la que pueden comprender que no
han llegado a este mundo por casualidad, sino como un don que forma parte del
plan divino de amor. Los padres, los educadores y los responsables de la
sociedad, si son fieles a su propia vocación, no pueden renunciar a su
responsabilidad de inculcar en los niños y en los jóvenes el deber de elegir un
proyecto de vida dirigido a la felicidad auténtica, capaz de distinguir entre la
verdad y la mentira, el bien y el mal, la justicia y la injusticia, el mundo
real y el mundo de la «realidad virtual».
Al afrontar
científicamente los diferentes temas de esta sesión, os aliento a considerar
estas cuestiones, en particular, la de la libertad humana, con sus amplias
implicaciones para una profunda visión de la persona y para lograr una madurez
afectiva en la comunidad.
La libertad interior es, de hecho, la condición para un
auténtico crecimiento humano. Donde falta esta libertad o es puesta en peligro,
los jóvenes experimentan frustración y son incapaces de luchar con generosidad
por los ideales que plasman sus vidas como individuos y miembros de
la sociedad.
Como resultado, se sienten desalentados o se hacen rebeldes, y
su inmenso potencial humano deja de afrontar los apasionantes desafíos de la
vida.
Los
cristianos, que creen que el Evangelio ilumina cada uno de los aspectos de la
vida individual y social, no dejarán de ver las dimensiones filosóficas y
teológicas de estas cuestiones, y la necesidad de considerar la oposición
fundamental entre el pecado y la gracia que está presente en todos los
conflictos que inquietan al corazón humano: el conflicto entre el error y la
verdad, entre el vicio y la virtud, la rebelión y la cooperación, guerra y paz.
Deben convencerse de que la fe, vivida en la plenitud de la caridad y
transmitida a las nuevas generaciones, es un elemento esencial para construir un
futuro mejor y salvaguardar la solidaridad intergeneracional, en la medida en
que fundamenta todo esfuerzo humano por construir una civilización del amor
sobre la revelación de Dios creador, la creación de hombres y mujeres a su
imagen, y la victoria
de Cristo sobre el mal y la muerte.
Queridos
amigos, al expresaros mi gratitud y apoyo por vuestra importante investigación,
perseguida en acuerdo con los métodos propios de vuestras ciencias respectivas,
os aliento a no perder nunca de vista la inspiración y la ayuda que vuestros
estudios pueden ofrecer a los jóvenes de nuestro tiempo en sus esfuerzos por
vivir vidas fecundas y realizadas. Sobre vosotros y vuestras familias, y sobre
todas las personas asociadas al trabajo de la Academia Pontificia de
las Ciencias, invoco las bendiciones divinas de sabiduría, fuerza y
paz.
[Traducción
del original inglés realizada por Zenit
© Copyright
2006 - Libreria Editrice Vaticana]